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A veces sucede que la ciudad entrega regalos que pasan desapercibidos.
Ese día, un domingo, estaba de vacaciones y me dirigía al Terminal de Buses de Quilpué a buscar a mi amada, feliz de la vida ante el viaje al Sur que comenzaba al día siguiente:
..."Allí estaba, detenida en un semáforo, amarilla como ella sola. Como es mi costumbre, siempre me gusta ver la cara: traté, lo intenté, la seguí pero el tráfico lo impedía. Lo más que logré fue llegar a escuchar el ronroneo de su motor, digna ella a pesar de su edad. Semáforo en verde y sus cilindros quemaron la mezcla que con gusto el carburador les había dado, sonido maravilloso. Viró a la derecha, la perdí. Nunca más la volveré a ver. Nada más que decir"...