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Recuerdo que bajé la mirada, y allí estaban listas para la lluvia, listas para caminar por los charcos de agua, abrigadoras gracias a las plantillas de diario que mi Madre puso en ellas. Son mis botas de lluvia. ¿El Año? ¿Edad? Lamentablemente no lo recuerdo, y no tengo fotos, pero estimo era muy niño, y tal vez iba a Primero Básico.-
Éste par de botas, de número 24, son una de las pocas cosas de mi niñez que aún tengo en mi poder. Y claro, si desde niño me gustaba poner los pies en el agua, no había charco, lluvia ni tormenta que me impidiera salir a la calle y disfrutar. Todo indica que la costumbre de disfrutar la lluvia y tormentas viene desde esa época, de niño, muy niño.-
Todo tiene su precio
Pero todo tiene su precio, el jugar con la lluvia me provocó Otitis Aguda, y la inasistencia a clases hizo que reprobara Primero Básico. Y eso fue la primera parte: muchos años después, en Valdivia, me convertí en una especie de estudiante errante, de clases a la Pensión, de la Pensión a caminar todos los días, sin importar el clima. Hacía siempre la misma ruta, calle Vicente Pérez Rosales, hacia el Centro de Valdivia, Plaza, Costanera (paso obligado una pastelería que ya no existe, cerca del Hotel Schuster, para comprar un paquete de galletas artesanales), desde allí al Terminal de Buses, luego Ramón Picarte, Plaza y nuevamente Vicente Pérez Rosales. Pero siempre, todos los días, sin importar el clima.-
Recuerdo haber estado "mojado como sopa", sin botas (sólo bototos y mi ropa de lluvia), caminando solitario por la costanera. Todo iba bien hasta que el año 1995, colapsé en una horrible Sinusitis Aguda. Y así me pasé los noventa: estudiando, enfermo y enamorado. Cosas de la vida.-
Actualmente, la sinusitis está controlada, y tanto mis botas como mis bototos, están guardados en el armario, esperando tal vez una salida para recorrer calles húmedas, y pisar charcos de agua. Una cosa es cierta, mis pequeñas botas no las volveré a usar, pero tal vez otra persona que podría llegar a mi vida.-
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